Los cimborrios del Duero


 

 

 

 

Las catedrales de Zamora y Salamanca (la Vieja), así como la Colegiata de Toro poseen unos singulares cimborrios que, en conjunto, suelen conocerse con la denominación de «Los cimborrios del Duero». Habría que añadir a estos el del edificio anexo a la catedral de Palencia que alberga la sala capitular y es de similar hechura.

Resulta controvertida la asignación de un origen estilístico y de unos antecedentes, si los hubo, de estos cimborrios castellano-leoneses. No es infrecuente el que se les atribuya una procedencia próxima aquitana que, a su vez, sería producto de otra más remota bizantina. No obstante, existen también voces muy autorizadas que se elevan en defensa del carácter autóctono de estas construcciones cupuliformes.

Como exponente de la primera tendencia de opinión puede tenerse el informe que Pedro Madrazo, numerario de la Real Academia de la Historia, hizo en 1892 a petición de la Dirección General de Instrucción Pública con motivo del expediente de declaración de la Colegiata de Toro como Monumento Nacional. Mantiene, en consonancia con el parecer de la Real Academia de Bellas Artes, que se trataría de «una subitánea invasión del estilo aquitano-bizantino ocurrida a fines de la undécima centuria en la cuenca del Tormes y del Duero», que llegaría como parte del bagaje artístico del que serían portadores los abades y obispos aquitanos que acompañaron a los dos yernos de Alfonso VI de Castilla, Raimundo de Borgoña y Enrique de Borgoña. En efecto, entre los prelados venidos de Francia se encontraba el abad perigordiano Jerónimo, luego obispo y fundador de la Catedral Vieja de Salamanca y titular de la sede episcopal de Zamora, quien impulsaría las obras de ambas catedrales en el estilo que, proveniente de Bizancio y Venecia, se había instalado en su país de origen.

Por el contrario, es argüible también, y con mucha razón, que son más las diferencias que separan los cimborrios de Zamora, Salamanca y Toro de las cúpulas de Saint-Front de Périgueux o Saint-Pierre de Angulema que las similitudes que los emparentan. Presentan un parecido exterior debido al recubrimiento de lajas de piedra que semejan una superficie escamosa, pero prácticamente quedan ahí todas las analogías. Las cúpulas francesas están constituidas por casquetes cuya superficie interior es de revolución y, por tanto, continua y lisa, y su funcionamiento estructural es el propio de estas bóvedas que descargan uniformemente las tensiones a lo largo de todo el perímetro superior de las pechinas. El abovedamiento de los cimborrios castellano-leoneses es bien distinto: un sistema de nervios, a modo de vigas de directriz curva o arcos por tranquil que apoyan sobre las columnas del tambor, constituye el armazón portante, mientras que la plementería con que se rellenan los espacios entre las barras estructurales sólo tiene misión de cerramiento. Dos formas constructivas bien diferenciadas con simples afinidades formales externas.

Es, pues, legítimo pensar que estos cimborrios son fruto de la tierra y del ingenio y arte de sus arquitectos.

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