Valbuena de Duero - Santa María de Valbuena


Localización | La planta | El templo | El claustro | Dependencias monacales

La abadía cisterciense de Santa María de Valbuena forma un conjunto monástico característico de los de la Orden del Císter, tanto por su programa funcional como por su arquitectura. Fue ésta de estilo románico en su origen, como corresponde al periodo central del siglo XII en que se erigió, con evolución posterior hacia las formas góticas, habiéndose completado con añadidos de este último estilo arquitectónico y de otros subsiguientes, hasta alcanzar el actual complejo de edificaciones existentes.

La fundación monástica, fechada el 15 de febrero de 1143, se debió a Estefanía Armengol, hija del conde de Urgel Armengol V y de María Pérez, hija a su vez del conde Pedro Ansúrez, noble muy próximo al rey Alfonso VI de quien recibió el encargo, diligentemente cumplido, de repoblar Valladolid. Consta que el monasterio de Valbuena estaba ocupado en 1151 por monjes cistercienses venidos de la abadía francesa de Berdones. El auge del cenobio se extendió durante los reinados de los diversos monarcas castellanos hasta Alfonso X el Sabio, en las postrimerías del siglo XIII. Tras algunas fases de decaimiento y posterior resurgir, el monasterio de Valbuena, como todos los bienes en poder de las órdenes religiosas, se vio afectado por el decreto de desamortización de Mendizábal de 1835, fecha en la que pasó a manos privadas. Hoy, debidamente restaurado en toda su fábrica, cumple una doble función: como parroquia de la localidad de San Bernardo, núcleo de población generado en su entorno perteneciente al municipio de Valbuena de Duero, y como sede permanente de la Fundación Las Edades del Hombre.

Localización


Coordenadas UTM (Datum ETRS89 y WGS84)
  • Huso:30T; X=394.909; Y=4.609.451
Cartografía

La planta


El gráfico adjunto, que enlaza con una página independiente dedicada al Monasterio cisterciense en general, presenta una planta típica de una abadía de la Orden del Císter. Su análisis comparativo con la actual planta del Monasterio de Valbuena deja patente la adecuación de éste al modelo establecido y resalta su devenir con diferenciación de los elementos primitivos conservados y los posteriores complementos que han distorsionado en alguna medida su traza original.
La planta que se esquematiza aquí no es sino un trazado parcial del vasto conjunto de edificaciones de diversas épocas y estilos que, agrupadas más o menos heterogéneamente en torno al primitivo núcleo monástico, perduran hoy día. Se muestra la zona propiamente monacal que circunda al claustro que es la que ofrece mayor grado de originalidad románica: la iglesia, el propio claustro, el refectorio, el scriptorium, la cocina y otras dependencias menores; también el espacio que ocupó la sala capitular convertido luego en sacristía. No se recogen las instalaciones más modernas destinadas a hospedería, las ocupadas por la Fundación u otras sin relación con la arquitectura románica, fin que impulsa esta web.

Como puede apreciarse, se trata de una distribución espacial ortodoxamente canónica: el claustro de planta cuadrada al costado meridional del templo; en típica alineación a lo largo de la panda oriental, la sacristía, la desvirtuada sala capitular, el locutorio, la sala de trabajos y demás elementos característicos; colocados en la galería meridional, los refectorios, la cocina y el desaparecido calefactorio; y, por fin, cerrando el cinturón constructivo por el lado occidental, la cilla, almacenes y demás estancias de conversos.

El templo


Posee tres naves de cuatro tramos y transepto que supera en longitud la anchura de aquellas, formando el conjunto una marcada cruz latina. En la cabecera, sobre el eje longitudinal de simetría de escrupulosa orientación litúrgica este-oeste, destaca el ábside en hemiciclo que contiene la capilla principal acompañado por cuatro absidiolos, dos a cada lado. La identidad de anchuras de la nave central y del transepto da origen a un crucero de perfecta planta cuadrada que se cubre con cimborrio y linterna. Los ábsides menores interiores son semicirculares, mientras que los extremos son rectos.
Desde el exterior se accede únicamente por la portada principal situada en el imafronte; la puerta de difuntos que se abría hacia el cementerio de los monjes en el testero norte del transepto está cegada; también lo está la que, con la misma finalidad, existía en el segundo tramo de la nave norte para uso de los conversos. Para el tránsito interior, la iglesia tiene comunicación directa con el claustro. Un vano en el muro sur del transepto da paso a la sacristía.
Rompe la simetría de la planta un añadido de época gótica: la capilla de San Pedro. Se manifiesta ostensiblemente al exterior sobre la fachada de naciente y tiene su entrada a través de la capilla más meridional.
El ábside central que acoge el altar mayor es de planta semicircular y se cubre con bóveda de horno. Aunque el retablo barroco y demás revestimientos ornamentales del siglo XVIII impiden ver la fábrica pétrea, no han ocultado las cinco ventanas muy abocinadas por las que se ilumina la capilla. Para dar realce a este espacio su pavimento se eleva cinco peldaños por encima del del presbiterio. Consiste éste en un tramo recto que precede al altar mayor, cubierto por bóveda de cañón apuntado y separado de él por un arco fajón también apuntado.

Los absidiolos colindantes siguen el formato del ábside principal pero en dimensiones reducidas: un hemiciclo cubierto por bóveda de horno y un tramo recto anterior que se cubre con bóveda de cañón apuntado, interponiéndose entre ambos espacios un arco apuntado de la misma curvatura que la bóveda de cañón. La embocadura desde el transepto la forma un arco apuntado doblado que descansa sobre pilares de sección rectangular sin columnas adosadas.

Los absidiolos extremos tienen planta rectangular y se cubren con bóveda de crucería en un solo tramo cuyos nervios descansan sobre columnas acodilladas. Se accede a ellos bajo arco apuntado doblado. Al fondo, una ventana ajimezada de arco de medio punto con columnillas en sus aristas; un parteluz en derrame lateral da lugar a dos huecos formados por arcos de medio punto.
Sobre los cuatro arcos torales del crucero apoya la estructura del cimborrio. El paso de la proyección cuadrada a la octogonal se realiza por medio de trompas formadas por fragmentos de bóvedas apuntadas. La bóveda está constituida por una pirámide truncada octogonal cuya generatriz no es recta sino de pendiente variable. Sobre el conjunto monta una linterna proviniente del siglo XVII que suministra iluminación cenital al crucero.
El plan constructivo de las iglesias románicas imponía que éstas se comenzasen por la cabecera y fuesen creciendo hacia los pies. En las épocas de transición estilística, como aquí sucede, no resulta extraño que los ábsides obedezcan a directrices arquitectónicas románicas (bóvedas de cañón) y que los sucesivos tramos de las naves respondan a criterios más góticos. Así, los dos primeros tramos de las naves (en la imagen se presentan los de la central) se cubren con bóvedas de crucería cuyos nervios descargan sobre columnas acodilladas; los tramos tercero y cuarto, por su parte, fueron modificados en el siglo XVI con motivo de la construcción del coro alto y se acomodan a las formas entonces imperantes. En todo caso, los arcos fajones de las tres naves son apuntados y doblados, siendo los arcos formeros apuntados pero sin doblar.
Una bóveda de cañón apuntado cubre ambos brazos del transepto; se refuerza con un sencillo arco fajón por cada lado del tipo apuntado sin doblar.

Se aprecia en la imagen que el arco toral donde emboca la nave central no descarga sobre columnas adosadas completas, sino sobre esbozos superiores de columnas que no llegan al suelo y que funcionan como modillones de carga. Con esta estratagema, reiteradamente empleada en las iglesias cistercienses con algunas variantes, se trataba de conseguir la mayor amplitud posible para el despliegue del coro de los monjes que se situaba en esta zona.

Con la excepción que se acaba de apuntar, los soportes exentos responden al tipo compuesto con una sección de geometría equivalente a la aquí representada: un pilar cruciforme a cuyos cuatro lados se adosan sendos pares de semicolumnas. Se completa el haz con otras cuatro columnas acodilladas, una por cada ángulo de la cruz. Van todas coronadas por capiteles muy del gusto cisterciense, de sencillas representaciones vegetales y bolas pomáceas. Descansan sobre basas de bocel y pedestal prismático.
Aunque de factura posterior a la obra románica, ya en estilo gótico, esta capilla de San Pedro no puede dejar de ser objeto de atención. Su ubicación en planta ya ha quedado vista antes. Se trata de un espacio alargado dividido en tres tramos que se cubren con bóveda de crucería y vienen marcados por arcos fajones apuntados que, como las ojivas, descargan sobre modillones. En la cabecera, un ábside poligonal contrafuertado y de cubrición nervada, con un único vano de iluminación, al que se accede bajo arco apuntado sobre triple columna en cada uno de sus apoyos. Coherentemente con el carácter funerario de esta capilla, existen tres arcosolios en cada uno de sus muros laterales, dos de ellos perforados por ventanas de época más reciente, y otros dos en el ábside. Lo singular de alguno de estos nichos son las pinturas que aún se conservan en el intradós del arco o en el lienzo del fondo. Este lugar sirve de panteón a la estirpe del monarca castellanoleonés Alfonso VII y de su amante Urraca Fernández, la hija de Estefanía Armengol, fundadora del monasterio y promotora de esta capilla, y de Fernando García de Hita (no confundir con sus homónimas las hijas de Fernán González o de Fernando I el Magno).
La portada es genuinamente cisterciense: una sucesión de arcos apuntados baquetonados sin otra decoración que estas mismas molduras. Descansan sobre jambas escalonadas que producen así un amplio abocinamiento. Una fina línea de imposta marca horizontalmente la transición de los arcos a los apoyos. No existen columnas ni capiteles ni arquivoltas labradas que eviten la desnudez ornamental de esta portada.
Por encima de la puerta, un óculo circular de simples baquetas que filtra la luz del ocaso hacia los pies de las naves. Se enmarca verticalmente esta fachada con dos robustos contrafuertes. Los merlones que le confieren el aspecto de fortaleza almenada son del siglo XV.
El aspecto exterior de la cabecera, con independencia de la destacada presencia de la incrustada capilla gótica, pone de manifiesto la rotundidad del ábside central dividido horizontalmente por una sencilla imposta, en cuyo cuerpo superior se abren las ventanas, una por cada lienzo entre contrafuertes. El escaso relieve de los hemiciclos de los absidiolos interiores produce un efecto de continuidad de paramentos que no es tal. Fiel al concepto cisterciense de austeridad decorativa, la cornisa descansa sobre canecillos sin labra ni figuras.
Sobresale en segundo plano el cimborrio que se alza sobre el crucero y la espadaña que prolonga en altura el testero sur del transepto. Ésta, aunque rehecha un par de siglos después, data del siglo XIII.

El claustro


Se trata de un cuadrado perfecto constituido por un doble orden de galerías perimetrales: una superior construida durante el siglo XV, y otra inferior perteneciente a la fase de transición del románico al gótico en el siglo XIII. El conjunto claustral queda adosado, como se aprecia en la planta, al muro sur de la iglesia, manteniendo sus cuatro lados, por exigencia canónica, orientados a los cuatro puntos cardinales.

Ciñéndonos al claustro bajo, cada galería consta de ocho tramos; de ellos, los seis centrales se hacen permeables hacia el patio interior mediante una arquería compuesta por tres arcos en cada tramo. Alternando con estos tríos de arcos existen unas pilastras a cuyo trasdós se han adosado potentes contrafuertes.

Las obras de este recinto debieron iniciarse en el segundo decenio del siglo XIII comenzando por la galería oriental. Es evidente la diferencia que existe entre ésta y las demás (en la imagen, la galería este a la derecha y la sur a la izquierda); mientras que en la galería oriental los arcos de descarga de cada tramo aproximan sus curvaturas al medio punto y dejan tímpanos de escasa altura, los mismos arcos de las restantes galerías son netamente ojivales y permiten dar cabida en sus tímpanos a rosetones calados.

Las cuatro galerías (en la imagen, la oriental) se cubren con bóvedas de crucería. Los arcos perpiaños descargan sobre columnas adosadas a las pilastras, por un extremo, y sobre modillones de rollos típicamente cistercienses, por el otro. En esos mismos elementos de soporte apoyan las ojivas y los nervios formeros. Los triples arcos de cada tramo son de medio punto y voltean sobre capiteles de talla vegetal y columnas de doble fuste; todo ello sobre banco corrido. A las pilastras se adosan las columnas pareadas de los arcos extremos y otras dos en el frente; este haz de columnas es triple en los machones de esquina.

Dependencias monacales


Ha quedado dicho que la sala capitular, uno de los lugares más emblemáticos de todo monasterio, ha desaparecido del de Valbuena. Propiamente no ha desaparecido el espacio, pero se ha transformado en la actual sacristía, sacrificando para ello su estructura original e introduciendo tales alteraciones arquitectónicas que en nada recuerda a la sala donde en su día se celebraban los capítulos monacales.

También al calefactorio, una estancia dotada de hogar y chimenea que ocupaba el lugar entre el scriptorium y el refectorio de los monjes, en la panda sur, se lo llevó la piqueta. Hoy existe en su lugar una escalera de subida al claustro alto.

Tampoco la cocina ha resistido al tiempo y a las reformas que ha traído consigo. La actual cocina ocupa el mismo lugar que la primitiva, mas no conserva nada de aquella.

El scriptorium o sala de trabajos sí ha llegado hasta nosotros. Es una pieza rectangular dividida en dos crujías longitudinales por tres robustas columnas de capiteles al gusto cisterciense: someras hojas vegetales y ábacos y cimacios lisos. Soporta cada columna un haz de ocho arcos: de medio punto, los fajones, y apuntados, los formeros y las ojivas. El resultado es una bóveda de crucería en ocho tramos. Se ilumina por cuatro ventanales abiertos en el muro de naciente.
También se ha conservado el refectorio o comedor de los monjes. Para conseguir un espacio diáfano, evitando cualquier tipo de soportes interiores, esta sala de planta rectangular se cubre con bóveda de cañón apuntado reforzada por arcos perpiaños que dividen el espacio en cuatro tramos. Apoyan los arcos sobre ménsulas entregadas en los muros laterales. En el testero subsisten tres ventanas de factura románica: la inferior está cegada; las superiores no, pero posteriores edificaciones anexas privan de luz a estos vanos.
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