Origen del arte Románico


El término «Románico» | Periodo que comprende | Estilos artísticos antecesores

El término «Románico»


Se atribuye al arqueólogo Charles de Gerville la propuesta o invención en 1818 de un término nuevo para designar lo que hoy denominamos románico. Gerville lo aplicó únicamente a la arquitectura, pues, según sus palabras, «todo el mundo conviene en que esta arquitectura es el opus romanum desnaturalizado». Por tal razón, por las vinculaciones que se apreciaban entre las construcciones a que se refería y las propiamente romanas, opinaba que no era correcto seguir titulándolas sajonas y normandas, como hasta entonces se hacía, sino que encontraba más ajustado hablar de «architecture romane». Es de notar que en francés existía el adjetivo romain, equivalente a romano en nuestro idioma, pero no podía emplearse tal calificativo para la arquitectura medieval pues la arquitectura romana es la que realizaron los romanos, pero no esta otra, con ciertas afinidades, que cabría apodar de romanizada, romanesca, romanoide o algo similar. En inglés se acuñó el término romanesque, diferenciándolo de roman, en alemán se contrapuso romanische a römische y en Italia, como aquí, se aceptó la adjetivación de románico frente a la de romano.

Lo cierto es que en castellano existían adjetivos que hubieran sido de posible aplicación al caso. Así, romance, que, según el diccionario de la RAE, «Se dice de las lenguas modernas derivadas del latín, como el español, el italiano, el francés, etc.», y que, por extensión, podría atribuirse al arte derivado del romano; o romanesco, que el mismo diccionario define como «Perteneciente o relativo a los romanos, o a sus artes o costumbres». La palabra que finalmente se impuso fue la de románico. Para ella el DRAE otorga esta definición: «Se dice del estilo arquitectónico que dominó en Europa durante los siglos XI, XII y parte del XIII, caracterizado por el empleo de arcos de medio punto, bóvedas en cañón, columnas exentas y a veces resaltadas en los machones, y molduras robustas». Se utiliza bien como sustantivo bien como adjetivo.

La base en la que se sustenta la afirmación de Gerville compartida, según él, por todo el mundo de que la arquitectura románica es el opus romanum desnaturalizado, es el hallazgo en aquélla de formas, diseños y elementos constructivos ya utilizados por los romanos en sus edificios clásicos. Cabe apuntar esto en relación con la extendida adopción de la planta basilical, de la exedra transmutada luego en ábside, del arco de medio punto, de la bóveda de cañon y de la cúpula, entre otros aspectos.

Periodo que comprende


Ya se ha dicho que el término románico se aplicó originariamente a la arquitectura, si bien trascendió no sólo a las demás artes sino a toda la cultura; incluso fue más allá para abarcar bajo tal denominación la organización social, la forma de vida, la religiosidad y, en general, todo cuanto representa una época. Es la llamada época del Románico o los siglos del Románico. Son éstos los siglos XI y XII.

Este acotamiento cronológico no es riguroso ni aplicable a todos los lugares. Las primeras manifestaciones de una nueva forma de arquitectura que podría encajar en los cánones más o menos laxos del románico se dieron ya en algunas regiones de Europa como Lombardía en el siglo X, mientras que en las zonas más rezagadas no se abandonó este modo de construir edificios hasta bien entrado el siglo XIII. Por otra parte la transición del estilo románico a su sucesor, el gótico, no fue brusca sino evolutiva, de forma que existen obras de principios de la decimotercera centuria que participan de rasgos de ambos estilos y que suelen clasificarse como protogóticas.

En España, en concreto, los condados catalanes que formaron la Marca Hispánica, ya casi desvinculados políticamente de la monarquía franca desde finales del siglo X pero abiertos a las influencias que a través de su frontera norte procedían de Francia e Italia, fueron los primeros en poner en práctica las nuevas pautas constructivas y erigir en el primer tercio del siglo XI un nutrido grupo de templos que, si bien no pueden ser tenidos como plenamente románicos, sí esbozan las características esenciales de este arte. Es lo que de acuerdo con la propuesta de Puig i Cadaflach se conoce como «primer románico» o, mejor, como «estilo lombardo». Por otra parte, avanzado el siglo XIII se siguen rematando en el ya exangüe estilo románico obras importantes como la catedral de Ciudad Rodrigo (1230) o la Colegiata de Toro (1240).

Puede sorprender que en la cronología de los estilos artísticos el Románico preceda al Gótico, siendo así que gótico es todo lo «perteneciente o relativo a los godos». Para los renacentistas, todo el periodo comprendido entre la caída del Imperio Romano (476) y el resurgimiento del mundo clásico o «Renacimiento» -movimiento cultural y artístico sin fecha definida de comienzo pero difundido durante el siglo XV- se englobó bajo la genérica denominación de «gótico». Cuando se hablaba de las obras Gothorum, de los godos, se utilizada esta palabra en su despectivo sentido de bárbaros, de pueblos ajenos a la cultura greco-romana. De ese arte Gótico así entendido, con toda su amplitud temporal de casi diez siglos, se extrajo el Románico y todo lo que le antecedió, el Prerrománico, quedando restringida la denominación de gótico para el estilo posterior al románico y previo al Renacimiento.

Estilos artísticos antecesores


La nueva concepción imperial de Europa puesta en práctica por Carlomagno, quien se hizo coronar en el año 800 como emperador del resurgido Sacro Imperio de Occidente, llevó consigo en lo artístico un florecimiento generador de un estilo propio, el arte carolingio, de inspiración en el clasicismo romano y en el cristianismo, que persistió en la Europa central a lo largo del siglo IX. Extinguido el imperio carolingio tomó el relevo el otoniano, el «Sacro Imperio Romano Germánico» instaurado por Otón I el Grande. Aunque restringido territorialmente a Germania, este renovado imperio fue en muchos aspectos, entre ellos los artísticos, continuador del «renacimiento carolingio». El arte otoniano, activo durante la segunda mitad del siglo X, acabó solapándose con el románico a comienzos del siglo XI.

Ambas tendencias artísticas, la carolingia y la otoniana, pueden considerarse antecesoras del arte románico no sólo como precedentes en el tiempo sino como bases en las que se fundamenta este arte; puede atribuírseles con toda propiedad la denominación de arte «prerrománico». En efecto, en la arquitectura carolingia aparecen algunos de los rasgos que, tomados muchos de ellos de las construcciones romanas, pasarán a ser característicos del románico. Así, la planta basilical de tres naves, la columna, el pilar cruciforme, el transepto, la girola y las torres elevadas sobre la fachada occidental, disposición esta última tan típica del románico alemán. La arquitectura otoniana incorpora las anteriores soluciones carolingias a las que añade una cierta dosis de bizantinismo para avanzar en la senda prerrománica. También utiliza la planta basilical, rematada con frecuencia en cada uno de sus extremos -cabecera y pies- por sendos ábsides. Es característica de ella la alternancia de los pilares y las columnas en las alineaciones de soportes, así como la disposición de tribunas en el extremo occidental de las naves.

También en España hubo corrientes artísticas, materializadas principalmente en la Arquitectura, que antecedieron al arte románico y que se engloban bajo la denominación común de «Prerrománico». Pero a diferencia de lo que sucedió en los dominios imperiales europeos, aquí el arte prerrománico no es unitario ni da origen al románico de forma evolutiva; simplemente se trata de diversas manifestaciones artísticas que anteceden en el tiempo a la irrupción del románico desde la Europa central. El románico es un arte importado que se impone sobre las corrientes autóctonas, todas las cuales, aunque dispares, se amalgaman con esa etiqueta de Prerrománico.

Tres son los principales estilos artísticos que, en sucesivas épocas, se han desarrollado en la Península Ibérica en el lapso temporal que abarca el prerrománico. El arte visigodo o visigótico, el arte asturiano y el arte de repoblación (también conocido como mozárabe).

Arte visigodo
Tras las invasiones de suevos, vándalos y alanos hacia el 409, otro pueblo germano penetró en Hispania: los visigodos (west-gothus, godos del oeste). Ya en el siglo III los visigodos habían migrado hacia el suroeste de Europa y se habían asentado de forma pactada en territorios pertenecientes al imperio romano. Más tarde se extendieron por el sur de la Galia (Aquitania) donde fundaron el reino de Tolosa (Toulouse). Desde allí, como aliados de Roma, emprendieron en 416 incursiones militares por Hispania contra los recientes invasores, a los que derrotaron y expulsaron. Sólo los suevos permanecieron en Galicia. En 475 el rey Eurico se independiza de Roma, en un momento en que el reino de Tolosa abarcaba la mayor parte de la península Ibérica. Vencidos los visigodos por los francos en la batalla de Vouillé en 507 pierden a favor de éstos los territorios galos y se desplazan a Hispania a la que acabarán dominando por completo. Su nueva capital será a partir de entonces Toledo.

Los visigodos estaban ya «romanizados» cuando se asentaron en la Península y cristianizados, si bien en la rama heterodoxa del Arrianismo, lo que supuso que no existiese un fuerte choque cultural con los antiguos habitantes hispanos. Con la conversión al Catolicismo de Recaredo en 589 (III Concilio de Toledo) se logra la armonización religiosa y la total integración de visigodos e hispanorromanos. Si bien los visigodos se hacen presentes en Hispania en el primer cuarto del siglo V, este siglo y buena parte del siguiente constituye, en lo que al arte y a la arquitectura se refiere, un periodo de transición sin personalidad propia en el que siguen levantando diversas construcciones de corte paleocristiano y del que apenas han quedado algunas muestras. Las realizaciones más representativas de la arquitectura visigoda se llevaron a cabo desde finales del siglo VI hasta el fenecimiento del reino visigodo a manos de los árabes (711). Desgraciadamente no ha llegado hasta nosotros ninguno de los templos urbanos de las grandes poblaciones visigodas (Toledo, Sevilla, Mérida o Córdoba), por lo que sólo pueden ser objeto de estudio pequeñas construcciones dispersas y limitadamente representativas de la arquitectura de la época. Con esta sola base -un puñado de iglesias rurales o monacales- se suelen estimar como rasgos característicos de la arquitectura religiosa visigoda los siguientes:

  • La distribución espacial de los edificios, casi siempre muy fragmentada en edículos o pequeños recintos, se ajusta al esquema de planta basilical, no siendo raro el uso de la planta centralizada de cruz griega. En ocasiones ambas formas aparecen asociadas, de manera que el resultado final es un híbrido de cruz griega y traza basilical.
    La iglesia de San Pedro de la Nave, en Campillo (Zamora), es un típico ejemplo de templo basilical de tres naves maclado en una cruz griega. La nave central prolongada en la cabecera por la capilla mayor se intersecta ortogonalmente con otro brazo en cuyos extremos existen sendas capillas, formando una cruz griega perfecta. Posteriormente se adosaron las naves laterales y los espacios en que aquéllas parecen elongarse más allá del transepto, adquiriendo así el aspecto de una basílica de tres naves y ábside.
  • El ábside es casi siempre rectangular al exterior, si bien por el interior puede mantener esa misma geometría o adoptar forma de herradura. No falta tampoco el ábside en hemiciclo ni el doble ábside contrapuesto en cada extremo de la nave. Se cubre normalmente con bóveda de medio cañón. La embocadura de esta capilla principal y su correspondiente presbiterio solía ser estrecha para favorecer la disposición de un iconostasio.
    El ábside de la imagen corresponde a la iglesia de San Juan Bautista en Baños de Cerrato (Palencia). Presenta planta rectangular tanto por el exterior como por el interior. La bóveda de medio cañón se cierra inferiormente en herradura siguiendo la directriz definida por el arco de triunfo. La imposta de este arco se prolonga y recorre todos los paramentos de la capilla.
  • La cubrición es abovedada. La bóveda más utilizada es la de medio cañón semicircular o ultrasemicircular (de herradura), aunque también se emplea la de arista. Determinados espacios pueden cubrirse con armaduras de madera. En los cruceros se disponen cúpulas semiesféricas y, en ocasiones, bóvedas baídas. La piedra de las bóvedas es ligera (toba calcárea) y se apareja en estrechas hiladas.
  • El arco predominante es el de herradura, de ascendencia romana. Realmente se trata de un arco ultrasemicircular que sólo es de herradura en su aspecto formal pero no en su comportamiento mecánico o estructural. El semicírculo superior se construye como un arco de medio punto pero se peralta ligeramente (en torno a 1/3 del radio) sobre las impostas. Este peralte se realiza mediante sillares de bases horizontales, y no inclinadas como las de las dovelas, por lo que no son sino una prolongación de las jambas con la particularidad de que su intradós se talla de forma que se da continuidad a la curva circular del arco. Por la cara opuesta son verticales, razón por la que el extradós y el intradós del arco no son paralelos. Es frecuente que carezca de clave, es decir, que en el punto culminante del arco no haya una dovela sino una llaga.
    En este dibujo se esquematizan las características antes expuestas. Puede observarse por qué estos arcos se denominan «de centro único», toda vez que el centro C lo es a la vez del círculo del arco y del despiece radial de sus dovelas
  • Como soportes de los arcos se utilizan pilares y columnas. Éstas en muchas ocasiones son marmóreas reutilizadas procedentes de edificios romanos. Tal reutilización alcanza también a los capiteles, por lo que es frecuente encontrarlos de estilo corintio, aunque no todos son originales romanos. Se emplea asimismo otro capitel más novedoso, como es el troncopiramidal invertido dotado de grueso cimacio.
    El adjunto capitel perteneciente a San Pedro de la Nave constituye un típico ejemplo de los de forma de tronco de pirámide invertido cuyo cimacio, de característica decoración visigoda, es de extraordinarias dimensiones además de anclarse al muro prolongándose a modo de breve imposta.
  • Los muros son recios y capaces de soportar los empujes de las bóvedas. Están formados por sillares de grandes proporciones aparejados a hueso (sin mortero de unión) formando hiladas irregulares, lo que se conoce como «more gothico», es decir, a la manera o costumbre gótica. A veces se traban con grapas de madera. También el uso de estos grandes sillares bien conformados es herencia romana. Más raramente se emplea fábrica de ladrillo.
  • Los paramentos murales se decoran con franjas de roleos, pámpanos y racimos de uvas, figuras geométricas o animadas diversas y, en general, elementos yuxtapuestos y repetitivos.
    Fragmento de las bandas que adornan los lienzos exteriores del ábside de Santa María en Quintanilla de la Viñas (Burgos).
  • Es frecuente que a los pies de la nave central se disponga un nártex o un pórtico de acceso delimitando un espacio de reducidas dimensiones. A veces también aparecen en los laterales del templo.
    Pórtico a los pies de la nave principal de la iglesia de San Juan Bautista en Baños de Cerrato (Palencia).
Como construcciones más representativas de la arquitectura visigoda que han perdurado cabe citar las iglesias de: San Pedro de la Nave en Campillo (Zamora); Santa Comba en Bande (Orense); San Juan Bautista en Baños de Cerrato (Palencia); San Pedro de la Mata en Sonseca (Toledo); la ermita de Santa María en Quintanilla de las Viñas (Burgos); y la cripta de San Antolín en la catedral de Palencia.
Arte asturiano
Como reacción a la invasión árabe de 711 que supuso la práctica ocupación total de la Península Ibérica por los musulmanes se crea al amparo de la abrupta Cordillera Cantábrica un núcleo de resistencia con foco inicial en Cangas de Onís que pronto se extendería a Asturias, Cantabria y Galicia. Son sus adalides algunos nobles visigodos no conformes con entregar el poder a los nuevos ocupantes y que aspiran a restaurar la abatida monarquía reconquistando el territorio hispano. Es pues el nuevo Reino Astur un pretendido continuador del Visigodo, no tan sólo en lo político sino también en buena medida en lo artístico.

El naciente reino de Asturias hunde sus raíces y justifica su legitimidad en el desaparecido estamento dominante visigodo, y si bien en lo artístico, y más en concreto en su Arquitectura, se abre a variados influjos, el de origen visigodo es efectivamente muy apreciable. Hay quien pone de manifiesto la supuesta incidencia del arte carolingio y del bizantino; no obstante, lo que verdaderamente se acusa es la huella de su pasado visigodo y quizás aún más del hispanorromano y tardoantiguo. En cualquier caso no se trata de una arquitectura popular sino de promoción regia -se conoce como «arte de la monarquía asturiana»- centrada en la construcción de edificios religiosos o profanos, pero siempre de carácter representativo y singular.

Suele dividirse la época de florecimiento de la arquitectura asturiana en tres periodos, de los que el central (842-850) es el Ramirense, coincidente con el reinado de Ramiro I, mientras que los otros dos se denominan, por referencia a este periodo, Prerramirense (hasta 842) y Postrramirense (850-910).

  • Periodo Prerramirense. Cabría hacer distinción aquí de una primera fase desarrollada a lo largo del siglo VIII, desde que se inicia el caudillaje de don Pelayo (718) hasta que finaliza el reinado de Bermudo I (791), y una segunda que abarca todo el reinado de Alfonso II (791-842). De la primera etapa poco ha quedado aunque se conoce la existencia de algunas iglesias erigidas en Oviedo por Fruela I, así como la de Santianes de Pravia debida al rey Silo. Es de la época de Alfonso II de la que más edificaciones han llegado hasta hoy; tales son la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, la basílica de San Tirso o Santa María de Bendones, debiendo destacar entre todas ellas San Julián de los Prados en Oviedo, conocida allí como Santullano.

    Supone este templo un claro exponente compendiador de las características arquitectónicas del periodo en cuestión, por lo que el somero análisis de aquél resulta ilustrativo para el conocimiento de éste.

    La cabecera presenta triple ábside de geometría rectangular al modo visigótico en correspondencia con las tres naves que configuran su planta basilical. Se cubren las tres capillas absidales con bóveda de cañón; las naves, tanto las longitudinales como la transversal, lo hacen con armaduras de madera a doble vertiente.
    La fábrica es de ruda mampostería concertada, con utilización de sillares únicamente en las aristas y en los contrafuertes.
    Se utilizan en todo caso arcos de medio punto con renuncia al arco de herradura visigótico. En ocasiones, como sucede en esta ventana, el hueco es adintelado pero sobre él voltea un arco de descarga de medio punto.
    Los arcos formeros que separan las naves y que descansan sobre pilares de sección cuadrada son asimismo de medio punto.
    En la parte superior del ábside central se dispone un espacio, al modo de los que se encuentran en algunos templos hispanovisigdos, cuya funcionalidad no ha quedado nunca suficientemente aclarada y que suele conocerse como «cámara del tesoro». Su acceso se produce exclusivamente por el exterior, normalmente a través de un hueco tríforo. Si como elementos estructurales no se utilizan las columnas, en los vanos sí se hace. Las de este ventanal se rematan mediante capiteles de doble orden de hojas de acanto.
    Es práctica común el cerramiento de los vanos exteriores con celosías ornamentales como las que se ven en la parte superior de la nave transversal.
    El ingreso al templo se efectúa por el testero occidental de la nave principal. Se resguarda la entrada por medio de un pórtico similar a los utilizados en las iglesias visigodas.

    En el interior se emplea un elemento de tradición germánica como es el llamado «West-Werk» que hace función de tribuna regia y que se dispone a los pies de la nave central sobre la entrada. También perdura de la tradición y rito visigodo el iconostasio.

  • Periodo Ramirense. Se corresponde con el breve periodo del reinado de Ramiro I: los ocho años comprendidos entre 842 y 850. En sólo ese plazo de tiempo se levantaron los monumentos arquitectónicos más representativos del arte asturiano como son Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, ambos sobre el monte Naranco en las proximidades de Oviedo, y Santa Cristina de Lena en Vega del Rey.

    A las características tipológicas de los edificios del periodo precedente se añaden en estas nuevas construcciones algunas otras que los diferencian y les otorgan una individualidad estilística definida.

    Se sigue utilizando el sillarejo, y en menor medida el tosco mampuesto, como materiales constituyentes de las fábricas murales, abundando ya el empleo de sillares bien labrados y aparejados.
    En esta imagen de Santa María del Naranco se puede observar lo dicho: toda el testero oriental así como otros elementos de la construcción están realizados en piedra de perfecta talla prismática y considerable tamaño.
    Como en fases anteriores se sigue empleando el arco de medio punto, pero ahora es habitual que esté peraltado sobre los capiteles o sobre la imposta. Es ejemplo de ello la arcada de la galería que se muestra en la imagen; también lo es la ventana trífora que se sitúa por encima de aquella, como se deja ver en esta otra imagen.
    Los edificios de este periodo ya no se cubren con techumbres de madera sino que en todos los casos son abovedados. Las bóvedas de cañón van reforzadas por arcos fajones a intervalos reducidos formando una sucesión de pequeños tramos. Esta forma de cubrición y la esbeltez de los muros determinan la profusa intercalación en ellos de machones que forman contrafuertes al exterior y pilastras entregas por el interior.
    Los motivos decorativos labrados o incisos en la piedra se extienden a todos los ámbitos de la edificación: los fustes sogueados, los capiteles de ornamentación figurativa, los arcos y sus peraltes acanalados, las enjutas que ostentan medallones o tondos esculpidos y los relieves tallados sobre ellos.
  • Periodo Postrramirense. Este periodo que se extiende de 850 a 910 abarca el reinado de Ordoño I (850-866) y el de Alfonso III el Magno (866-910). Es este segundo monarca el que promovió la construcción de los edificios más representativos del periodo: San Adriano en Tuñón, Santiago en Gobiendes, San Salvador en Priesca y, quizás el más significativo, San Salvador de Valdediós en Villaviciosa.

    A la muerte de Alfonso III, en 910, su hijo García fija en León la futura capital del reino astur-leonés que abarcaba ya todo el territorio al norte del río Duero. Queda desde entonces superado el primitivo reino de Asturias y finiquitada su personal forma de hacer Arquitectura. Corresponden, pues, al rey Magno las últimas realizaciones de este peculiar arte asturiano; en ellas se ponen de relieve algunas diferencias sobre las obras del periodo antecesor. Puede tomarse San Salvador de Valdediós como ejemplo-guía para la constatación de estas nuevas características, consistentes básicamente en el empleo ornamental del alfiz y el retorno a los arcos de herradura en determinados vanos.

    Se mantiene la planta basilical de tres naves, el abovedamiento de las mismas con cañón longitudinal, las arcuaciones estructurales de medio punto y este mismo tipo de arco para los vanos de las puertas y huecos mayores.
    No obstante, los pequeños arcos de las ventanas tienden a cerrarse en la parte inferior del peralte volviendo así a formas próximas a la herradura. Por otra parte, el alfiz de tradición romana que trascendió a la arquitectura hispanovisigoda y, a través de ella, a la asturiana, hace su presencia aquí enmarcando los arcos múltiples de los ventanales. Alfices como estos de San Salvador los vemos en la basílica de San Tirso y en Santa María de Bendones, ambos templos erigidos en el periodo Prerramirense. Difieren notablemente de los islámicos andaluces. Todo ello puede apreciarse también en esta imagen de la ventana bífora del testero oriental.
Arte de repoblación (Arte «mozárabe»)
La unicidad del reino astur como promotor y creador estilístico da paso a la pluralidad de los diversos núcleos de poder del septentrión peninsular, como el reino asturleonés -luego reino de León-, el reino de Navarra o los condados aragoneses y catalanes, constitutivos estos últimos de la Marca Hispánica. Durante los siglos VIII y IX sólo la vocación edilicia de los monarcas asturianos y sus promociones áulicas y templarias fueron capaces de generar un arte propio merecedor de reconocimiento como auténtico estilo artístico. Todo ello sin perjuicio de que en la segunda década del siglo IX Íñigo Arista crease en el Pirineo navarro el incipiente reino de Pamplona, y que en el primer año de ese mismo siglo la conquista de Barcelona por los francos afianzase el establecimiento de la Marca Hispánica anexa al Imperio Carolingio, dando lugar en uno y otro caso a la realización de obras arquitectónicas desvinculadas del dominio musulmán. En esa novena centuria florecían los monasterios de Siresa, en Aragón, y de Leire, en Navarra, y se construía (854) la primitiva iglesia de Cuixá en Cataluña. Parvo, no obstante, en cantidad e interés es el legado de ese periodo fuera de las fronteras asturianas.

Durante el siglo X se desarrolla en todo el territorio cristiano peninsular una notable actividad constructora, pero tan variada tipológicamente y tan dispar según zonas y momentos que no cabe hablar de un estilo arquitectónico común. Como ya se ha indicado, en 910 se traslada la capital del antiguo reino astur a León y se dedican todos los esfuerzos a la repoblación de las amplias extensiones yermas en torno al Duero que se van reconquistando. Lo mismo sucederá en Castilla, apéndice del reino leonés que pronto cobrará personalidad propia y aun la independencia de la mano del conde Fernán González. En 905 se inicia la dinastía Jimena en Navarra y con ella el surgimiento de un reino que, cuando acabe el siglo, se impondrá sobre todo el norte cristiano con Sancho el Mayor, y que desde bastante antes de que eso suceda regirá por anexión el embrionario reino de Aragón. Por su parte, los condados de la Marca Hispánica cada vez menos avasallados por la monarquía franca se comportan como fácticamente independientes aunque no lo sean en derecho. Como se ve, el frente de acción es tan amplio como lo es la Península de oeste a este, son múltiples los estados que lo forman, las necesidades edificatorias no resultan coincidentes y las respuestas a tales demandas tampoco.

La Arquitectura del siglo décimo en la España cristiana quizás no tenga más en común, globalmente vista, que esa misma circunstancia de adscripción temporal. Se aprecian en ella ostensibles influencias musulmanas, pero también paleocristianas, hispanovisigodas y asturianas. Encontramos plantas basilicales de una o varias naves, con o sin transepto, centralizadas, contraabsidiadas,...; bóvedas de cañón, de arista, nervadas, gallonadas, esquifadas,...; soportes en forma de pilar simple, de pilar compuesto, de columna,... Si hay algo que, aunque no universal, sí es generalizable es el empleo del arco de herradura de geometría árabe y el de los aleros de amplio saledizo sustentado por modillones de rollos, también al modo arábigo. Abunda asimismo el alfiz más parecido al musulmán que al asturiano.

Que los edificios de la época están influenciados por los modelos de la Andalucía islámica está fuera de toda duda. No en vano el califato cordobés representa en ese siglo el paradigma de la cultura, el refinamiento y el desarrollo, aparte de ser económica y militarmente superior a sus vecinos del norte. A Córdoba acuden Sancho el Craso y Ordoño IV a dirimir su contienda por el cetro leonés y de allí parte el apoyo con el que se mantendrá el primero de ellos en el trono. Por intervención de Abderrahmán III, sobrino de la reina Toda, y por el vasallaje que ésta le rindió en Calahorra, obtuvo la corona de Pamplona su hijo García Sánchez. Borrell II de Barcelona también envió a la capital del califato una embajada de pleitesía y consideración. En general, toda Europa reconocía y admiraba la corte andalusí y aceptaba sus influjos. Otra cosa es que los rasgos más o menos islamizantes que se aprecian en las construcciones cristianas del siglo X se atribuyan sin excepción a la capacidad promotora de los inmigrantes mozárabes y a su intervención directa, hasta el punto de que desde finales del siglo IX hasta bien entrado el XI no exista en la España septentrional otro arte que el que lleva su nombre ni otra iniciativa que la suya.

En 1919 publica Manuel Gómez Moreno su libro Iglesias mozárabes, en el que realiza un pormenorizado estudio de las construcciones religiosas de la España cristiana durante el siglo X y periodos aledaños, encontrando en muchas de ellas innegables rasgos islámicos. Existe, dice él, un «influjo absorbente de la España árabe» y un «rendimiento de lo cristiano a lo moro» a lo largo del siglo X, fase en la que «los Estados cristianos peninsulares, sin excepción, acabaron por acatar la soberanía del Califa». Aceptadas estas afirmaciones bastarían por sí solas para justificar el sometimiento del arte arquitectónico cristiano a los influjos cordobeses; pero Gómez Moreno no concluye de esta forma, sino que ve en los grupos de mozárabes que emigraron de Andalucía a las tierras del norte el vehículo de transporte de los cánones constructivos islámicos y es a ellos a quienes imputa la islamización de la Arquitectura cristiana sin aportar ninguna justificación. De filiación mozárabe sólo se conoce en Andalucía la iglesia rupestre de Bobastro (Málaga), y en Toledo la dudosa de Santa María de Melque. En cuanto a los reinos cristianos, en San Miguel de Escalada (León) está documentada la intervención parcial de monjes llegados de Córdoba, lo que sucede en algún otro monasterio. Por el contrario, muchas de la iglesias «mozárabes» son obra de promotores conocidos de raigambre norteña y la mayor parte de las que no cuentan con autor acreditado son por sus circunstancias atribuibles a constructores ajenos al mozarabismo. A pesar de todo esto, a propuesta de Gómez Moreno se dio en calificar de «estilo mozárabe» a toda obra de arte del periodo que nos ocupa, algo que se ha puesto en cuestión por los estudiosos más modernos, quienes proponen denominaciones como «Arte de repoblación» u otras.

Esta portada de Santiago de Peñalba (León) puede testimoniar el empleo del arco de herradura y del alfiz. La construcción debida a San Genadio, obispo de Astorga que murió en 916, hubo de concluirse antes de esa fecha. Los arcos son formalmente árabes en su trazado, si bien al estar la piedra al descubierto y apreciarse su dovelaje se observa que poseen un solo centro, como los visigodos, y que se comportan mecánicamente como estos. ( ver Arco de herradura). El alfiz es también de inspiración cordobesa.
Interior de la iglesia de San Cebrián de Mazote (Valladolid). Arcos formeros de herradura al estilo árabe separando las naves. Cargan sobre columnas, muchas de ellas reutilizadas como también lo son sus capiteles.
Característicos modillones soportando un pronunciado alero en la iglesia de Santa María de Lebeña (Cantabria), fundación de los condes de Liébana Alfonso y Justa, según consta en documento del año 924, por lo que la construcción debió ser anterior. Los modillones son lobulados con ornamentación de rosetas, figuras inscritas en círculos y esvásticas.
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